Una reunión de familia
La historia comienza un domingo hace dos años, en una casa del campo en Xar, Lalín, en el comedor con toda la familia reunida. Aquella casa pertenecía a los padres de la novia de José Mejuto, una mujer, Isabel Martínez, de 47 años que tenía un hijo de 14 años. Sobre la mesa, además de la comida y el vino, un asunto que cabrea y mucho a todos: el dinero que les había robado un maderero de Cambre por unos eucaliptos del monte de su padre. Jesús Mejuto, el líder de la familia, pone voz grave y tras un acalorado debate sobre el asunto... a eso de los postres, tras meterse entre pecho y espalda un carajillo con una buena regada de orujo, exhalando una bocanada de humo de un habano que se estaba fumando, decide la manera en la que se iba a solucionar aquello. En principio, una paliza, pero el plan de la venganza iba a ser más frío. Jesús concluyó (primer plano): -hayno que secuestrar-.
Una vez capturado, se pedía un dinero por su liberación y asunto solucionado.
Hubo alguno. como el hijo de Jesús, que puso la objeción de que no tenían mucha experiencia con el tema y que aquello podía salir mal. Pero bastó la mirada del jefe del clan para acabar con cualquier duda o amedrantamiento.
-Cosas peores o parecidas fixemos, ¿non sí?- dijo Jesús mirando a su hermano José Manuel con una sonrisa. Ambos tenían a sus espaldas una respetable lista de delitos, Jesús incluso había cometido algún asesinato. Desde sus primeras correrías de niños en Melide, muchas cuentas tuvieron que arreglar por las malas. Ellos sabían muy bien como cerrar los negocios que no habían salido bien extorsionando a la gente.
El secuestro
Al día siguiente, José Manuel se puso manos a la obra para planificar bien el rapto, a la manera de los los mexicanos, de los que había aprendido tras huir hasta aquellas tierras por un asesinato que había cometido en España. Había mucho dinero en juego. Jesús Manuel Miguélez, O Gitano, un amigo de Toques, se encargaría de contactar con el empresario de Cambre. Lo llamaría por teléfono para quedar con él en un monte de Aranga con la excusa de la posible compra de ese terreno que el maderero quería vender.
La víctima picó, y sin que se sepa bien cómo, se supone que con una pistola en la mano, el Gitano lo metió en el coche (en otras versiones aparecen los hermanos Mejuto (José venía de matar cerdos, cargadito de alcohol, con otro hombre (el expolicía, ahora delincuente de poca monta, Ramón Tarrío) en la escena)) y se llevó al maderero a Lalín.
La parte más tragicómica de la historia viene ahora. Pongamos para hacerlo más hollywoodiense, que O Gitano mete al empresario amordazado en el maletero del coche, atadas sus extremidades y tapadas su boca con cinta americana y los ojos con un gorro de lana... Llega al aparcamiento de un club de carretera dónde ha quedado con los socios del secuestro. Ahora un contrapicado a lo Tarantino desde el interior del maletero abriéndose con la cara de O Gitano y José Mejuto.
-Bien, ¿este quién es?- pregunta extrañado Mejuto.
-¿Cómo qué quién es?-responde el Gitano con una sonrisa forzada.
-Sí, ¿qué quién coño es?
-Joer tío, el puto maderero.
-Pero tú, me estás tomando el pelo... Este no es Jorge...
-Jorge... no, joder, este se llama Abel.
En ese momento, Abel Diéguez, comienza a intentar decirles algo pero se lo imposibilita la cinta aislante que tiene en el boca. Se la quitan y el pobre hombre les explica aturdido que al que buscaban es su hermano. Dicho esto, lo vuelven a amordazar como a un becerro y cierran el maletero. A continuación se inicia una discusión entre los captadores repleta de insultos y forcejeos. Finalmente, Mejuto decide aprovechar el malentendido para sacarle algún rédito aunque usando una estrategia más retorcida que la inicial.
La confusión se había producido porque Abel y Jorge eran los dos propietarios de la misma empresa que habían decidido liquidar años antes.
Encerrado en una cuadra durante 6 días
Cuando llegan a Lalín, deciden meter al secuestrado en un cobertizo de la finca tal cual, como si fuera un animal y ahí estaría enclaustrado y amordazado hasta que Mejuto y su gente resolvieran la manera de quitarse de encima al nuevo inquilino.
Cuando se enteraron de cuál era el domicilio de Abel, llamaron e intentaron persuadir a su mujer para que les pagara. La cifra que le pedían era de unos 70000 euros con la excusa de que una persona les había contratado para secuestrar a Jorge pero se habían equivocado y que no soltarían a su hermano hasta que Jorge no saldara la deuda con dicha persona, entregando el dinero del rescate. Así, presionaban a la mujer para que de manera indirecta hiciera pagar a su cuñado.
Las llamadas las reptieron día tras día, endureciendo el tono del mensaje, amenazando con matar o descuartizar al marido si no recibían el dinero. Abel también sentía peligrar su vida ya que a veces escuchaba a sus captores hablando sobre la manera de acabar con aquello si no conseguían lo que estaban esperando. La posibilidad de quedar varios metros bajo el suelo parecía cada vez más real.
La liberación
El clan de los Mejuto se llegó a confiar tanto o a impacientar tanto, que incluso mandaron una persona al domicilio de Abel con un texto escrito por él. Las huellas que fueron dejando señalaron el camino para que la Guardia Civil diera con el paradero del secuestrado. En menos de 5 días, la unidades de Investigación policial de Koruña en colaboración con el Equipo de Secuestros y Extorsiones desplazada desde Madrid iniciaron una persecución que acabó con el cerco de la casa donde los malechores retenían a su víctima que fue asaltada por unidades especiales. A dos de los secuestradores los habían detenido en Melide con persecución de coches incluida.
El juicio
La disparatada historia acaba en la sección primera de la Audiencia Provincial de Koruña, con todos los del clan exposados y ante el juez. Lo que antes era un piña, más después del interés por reparto del posible botín, acabó en una desbandanda en la que unos acusaron a los otros. Los dueños de la casa, los sexagenarios Esther Silva y Miguel Martínez, y su hija, la novia de Jesús Mejuto, dijeron desconocer que aquel hombre estuviera en el chamizo secuestrado, creían que permaneció allí a voluntad propia. José Manuel Mejuto, al igual que O Gitano y Ramón Mosquera Tarrío, acusó a su hermano de quererlo matar si no colaboraba en un proyecto que había sido totalmente organizado por Jesús Mejuto que declaraba ante el juez que tuvo que secuestrar a Abel por presiones del resto del grupo; él solo quería meterle una paliza al hermano de Abel. Su hijo también declaró en defensa propia que no tuvo nada que ver con los hechos y que en todo momento trató de convencer a su padre que no se metiera en problemas.
La sentencia fue rápida y clara, todos fueron declarados culplables y condenados a 11 años de cárcel salvo los dueños de la casa, por la edad, a los que se les rebajó el castigo a 6, y Isabel Martínez que irá 9 años . Además deberán indemnizar a la víctima Abel Diéguez con 200000 euros.
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Los acusados en el banquillo con sus condenas |
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