Cuando en Koruña suena que viene un artista de talla mundial, la ciudad se prepara. Y anoche el Coliseum volvió a ser epicentro de la música urbana con la llegada de Quevedo, que reunió a más de 11.000 personas en lo que ya es el concierto en recinto cubierto más multitudinario del año en Galicia.
El multiusos herculino cambió su piel habitual para transformarse en un escenario 360 grados, recordando a aquellas noches históricas en las que solo gigantes como Frank Sinatra (1992) lograron abarrotar cada rincón del recinto. Esta vez el protagonista fue un canario de 23 años que, pese a su corta trayectoria, ya se mueve en la liga de los grandes.
Una liturgia urbana en clave koruñesa
Con puntualidad casi británica, pasados unos minutos de las 22.00 horas, Quevedo arrancó con “Kassandra”, abriendo un viaje de dos horas que hizo vibrar a un público entregado. Canciones como Chapiadora.com, Los días contados o Halo fueron coreadas como himnos de una generación que no necesita partituras, porque cada verso ya está tatuado en su memoria.
El cantante canario colgó el cartel de no hay billete ayer en el Coliseum Foto de La Voz de Galicia. |
La escenografía, sobria y minimalista, contrastó con la energía desbordada del público. Nada de cuerpos de baile al estilo reguetón clásico: todo en negro, todo cuidado. Un diseño limpio, pensado para que lo importante fuese la conexión directa con la gente. Y vaya si funcionó: cada estribillo retumbaba como si las gradas fuesen altavoces gigantes.
Koruña se pinta de amarillo
Hubo un detalle que no pasó desapercibido: el color amarillo llenó las gradas. Las camisetas de la Unión Deportiva Las Palmas, el equipo de la tierra de Quevedo, se convirtieron en parte del atrezzo improvisado de la noche. Una declaración de orgullo insular en pleno corazón herculino.
El fenómeno Quevedo: más allá de la música
El concierto no solo fue un recital de éxitos. También reflejó cómo ha cambiado la forma de vivir la música. Quevedo habló a las cámaras, sabiendo que cada gesto acabaría en TikTok, y el público respondió con miles de móviles en alto, generando esa segunda experiencia digital que ya es inseparable de la real.
En el Coliseum no solo se cantó, también se vivió un espectáculo audiovisual pensado para una generación que ya no entiende la música sin pantallas. Y ahí estuvo la clave: autenticidad, conexión y un lenguaje compartido.
La ciudad que canta
Quevedo, al igual que Sabina la semana pasada, demostró que el Coliseum de Koruña es un templo capaz de acoger mundos distintos: la poesía canalla de Úbeda y el autotune urbano del canario. Ambos llenaron, ambos emocionaron. Al final, lo importante no son las etiquetas, sino la capacidad de hacer cantar a toda una ciudad.
Y Koruña cantó. Vaya si cantó.
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