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martes, 28 de octubre de 2025

Oktubre en Koruña: del sol playero al abrigo del alma

Los meses de oktubre en Koruña siempre marcan un antes y un después. Es el mes en que el otoño decide quedarse, aunque todavía queden restos del verano pegados a la piel. En otros tiempos, bastaban unos días de sol para cerrar el ciclo del veranillo de San Miguel. Pero últimamente, este pequeño paréntesis cálido parece empeñado en alargarse más de lo debido, metiéndose sin permiso en las primeras semanas de octubre.

El resultado es el caos típico del clima koruñés: toallas en la playa y abrigos en el paseo marítimo, todo en el mismo día.

Este año, el contraste fue especialmente acusado. De superar los 25 grados hace apenas unos días, la ciudad pasó a amanecer con temperaturas por debajo de los ocho. Según la Aemet, los 8,6 grados registrados en el Observatorio fueron la mínima más baja en un octubre de los últimos cinco años. Y aun así, los meteorólogos aseguran que el mes cerrará siendo más cálido de lo habitual. Cosas de este tiempo raro, a medio camino entre el trópico y el temporal.



🌬️ El triplete koruñés: calor, frío y viento

Porque en Koruña nada llega solo. El mes arrancó con sol y continuará con viento y lluvia, completando el tradicional triplete meteorológico de la urbe herculina.

El martes los cielos empezarán a cerrarse, dejando caer lluvias moderadas pero persistentes. El miércoles más de lo mismo, y el jueves —según MeteoGalicia— llegará el vendaval de verdad, con rachas que podrían superar los 80 kilómetros por hora, motivo por el cual se activó el aviso amarillo entre las 12 y las 21 horas.

Entramos en la época de los grandes temporales que sacuden la costa

Y por si alguien pensaba disfrutar de un Samaín tranquilo, los mapas anuncian la posible llegada de un frente activo durante la noche del 31, que podría traer lluvias intensas y estropear más de un disfraz.


🩱 Los irreductibles del Ventura

Y mientras la ciudad se helaba, hubo quien decidió ignorar la meteorología y lanzarse al Atlántico.
Este lunes, con apenas 6 grados en Bergondo y 7 en el dique de abrigo, los koruñeses estrenaban la primera mañana propiamente fría del otoño. Abrigos gruesos, gorros, bufandas… y una imagen surrealista en la playa del Orzán: una veintena de cruceristas del Ventura tomando el sol, y algunos incluso bañándose en la bahía.

Las temperaturas gélidas no impidieron que se bañaran algunos cruceristas recién llegados a la ciudad. Foto de El Ideal Gallego. 

Los más osados chapoteaban sonrientes; los menos valientes se conformaban con mirar desde la balaustrada. En la arena, los locales paseaban a sus perros con las manos escondidas en los bolsillos, observando a los turistas como si fueran de otro planeta. “Deben tener el termostato averiado”, decía un vecino, sin apartar la vista.

Un choque de mundos bajo el mismo sol gélido.


🕯️ La noche más larga: el cambio de hora y el golpe del invierno

Como si el frío no bastara, la madrugada del sábado al domingo trajo el cambio de hora, esa vieja costumbre que cada año nos quita un poco de luz y algo de ánimo.
Koruña y su área metropolitana, como el resto de España, atrasaron los relojes una hora para adaptarse al horario de invierno, pero fue el lunes cuando se sintió de verdad el golpe de estación.

La ciudad amaneció con temperaturas bajo los 7 grados. En el dique de abrigo, la estación de MeteoGalicia marcaba 7,02 grados a las ocho de la mañana; en la Torre de Hércules, algo más templado: 9,01 grados. Pero los más fríos fueron, una vez más, los del interior: Guísamo, en Bergondo, bajó a 6,17 grados a las seis de la mañana.

El frío no venía solo: con la oscuridad adelantada, las calles parecían más vacías, los bares abrían con las luces encendidas a plena mañana, y el mar rugía bajo un cielo plomizo.
Según MeteoGalicia, las mínimas frías continuarán al menos hasta el martes, cuando se espera una ligera subida gracias a las lluvias que llegarán esa noche.

Una tregua húmeda, pero tregua al fin y al cabo.


🎃 Samaín pasado por agua

El otoño ya está aquí. Y con él, la lluvia, el viento y la oscuridad temprana.
En Koruña, los temporales no se anuncian: se sienten.
Así que este Samaín será, probablemente, uno de esos en los que las meigas tendrán que sacar paraguas y las calabazas brillar bajo la lluvia.

Pero no importa: la ciudad sabe resistir.
Como la Torre de Hércules frente al oleaje, Koruña aguanta sus estaciones con una mezcla de paciencia y humor. Y aunque el invierno ya asome con su manto gris, siempre queda un rincón donde el sol se cuela, aunque sea por un rato, entre las nubes del Atlántico.

La duna artificial de Riazor

En Koruña, el invierno no empieza con el cambio de hora ni con las bufandas.
Empieza cuando, a lo largo del paseo de Riazor, las máquinas municipales levantan la muralla de arena, un acto que se viene realizando desde febrero de 1995, tras el temporal que arrastró 100 metros de balaustrada en el paseo marítimo el 31 de marzo de 1994. 

Es un ritual tan nuestro como el primer vendaval o el primer paraguas roto. Los koruñeses lo sabemos: cuando los montículos dorados aparecen junto al muro del paseo, significa que el mar ya está afilando los dientes.

La ciudad se blinda, se prepara, levanta defensas frente al gigante líquido que duerme frente a sus ventanas.

Dos buldocers levantan la duna artificial de dos metros en Riazor.
Foto de La Voz de Galicia 

Cada año, la escena se repite: las palas mecánicas suben y bajan la arena con precisión de cirujano, levantando un muro efímero entre la playa y el asfalto. Una frontera hecha de grano y paciencia, que pretende frenar lo inevitable, aunque no es la mejor solución porque cuando las olas logran rebasarla, el mar acaba volviendo a destrozar parte de paseo marítimo, y hasta se llega a impulsar con la duna aplanada y amontonada junto al muro del paseo marítimo.  

Aunque la defensa arenosa mejora con la experiencia de los ingenieros, cierto es que no son pocos los que la odian por imperdir ver el mar desde el paseo marítimo. 


🌬️ La batalla del Atlántico

Porque aquí, el invierno no llega: ataca.
Primero lo hace con viento, ese rugido que baja desde Monte Alto y se cuela por las calles hasta el Orzán. Luego llega la lluvia, incansable, y por último el mar, que empuja sus olas contra el paseo con toda su furia contenida.

Las imágenes de cada año son casi un ritual pagano: el agua saltando por encima del muro, los transeúntes corriendo bajo los soportales, los coches dando media vuelta en la curva del Matadero, y los operarios del Concello revisando la muralla, conscientes de que la arena resiste, pero no manda.

Porque el mar no se vence: se negocia con él.
Y cada invierno, Koruña vuelve a sentarse a esa mesa, sabiendo que el Atlántico no olvida ni perdona.


🏗️ Un muro simbólico

Más allá de su función práctica —amortiguar la fuerza del oleaje y evitar que el agua invada el paseo—, la muralla de arena es casi un símbolo emocional.
Es la muestra visible de esa relación que los koruñeses tenemos con el mar: de amor y respeto, pero también de miedo.

Es el recordatorio de que vivimos al borde de algo inmenso, de que cada día que el mar nos deja en paz es un regalo.
Y, a la vez, es un gesto de orgullo: la ciudad no se esconde, se defiende con las manos, con arena, con lo que tiene.
Un muro que se construye cada año como si fuera la primera vez, sabiendo que el temporal lo borrará, pero también que volverá a levantarse.


🌫️ Invierno a pie de playa

Los turistas lo miran con curiosidad, sin entender del todo.
Para ellos, una muralla de arena es solo una curiosidad; para nosotros, es la primera línea del frente.
Porque el invierno koruñés no se mide por el calendario, sino por el número de olas que consiguen saltar el paseo sin permiso.

Este año, los pronósticos de MeteoGalicia hablan de un otoño más lluvioso y ventoso de lo normal, con varios frentes atlánticos que llegarán entre finales de octubre y noviembre.
Y mientras el viento empieza a soplar, Riazor se atrinchera.
La arena, húmeda y gris, ya forma su cordón defensivo. Los surfistas miran al horizonte.
Y los vecinos, desde el paseo, observan esa vieja muralla como quien contempla a un viejo amigo que vuelve a la carga.


🌀 La ciudad que siempre resiste

Quizá ningún koruñés se emocione al verla, pero todos sabemos lo que significa.
La duna de arena es un aviso, una promesa y una lección: el mar volverá a intentarlo, y la ciudad volverá a resistir.
Como cada año. Como siempre.

Porque Koruña no se defiende del mar: convive con él.
Y aunque el invierno vuelva a golpear las ventanas, la ciudad seguirá de pie, mirando al horizonte, con la arena a sus pies y el Atlántico rugiendo, paciente, al otro lado.


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